Nuestro Señor Jesucristo tenía como costumbre separarse por largas horas para orar. Su oración no estaba enmarcada en una letanía o una rutina uniforme. No, su oración era más bien un clamor, una conversación intensa que le llevaba hasta el mismo trono de la gracia del PADRE. Háblale y espera ver hermosos resultados.